
Iris y yo nos detuvimos para contemplarlo todo: los colores vivos y brillantes. No era tan terrorífico como había pensado. Eso sí, había gente muy rara; grupos de personas que vestían de un color en particular. Los colores eran morado, azul, rojo y gris.
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Caminamos hacia una de las taquillas de información. Al llegar, encontramos a una mujer bella, con los ojos negros como la noche. El pelo, negro como el carbón. Estaba centrada en escribir una carta extraña.
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Iris fue la primera en hablar.
—¡Buenos días! —dijo alegremente. Se notaba que tenía muchísimas ganas de estar allí. Qué pena que yo no pudiera decir lo mismo.
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Esperó una respuesta, pero no llegó.
—Queremos saber acerca de este lugar, nuestras habitaciones, los protocolos... ya sabes, ponernos al día.
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Silencio.
—¿Hola? —volvió a preguntar Iris.
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¿En serio había venido hasta aquí para que nos ignoraran y nos faltaran al respeto?
Un torrente de ira recorrió mis venas.
—¡Oiga! Sé que está escuchando perfectamente a mi amiga. Así que haga el favor de responderle para que podamos dar media vuelta e irnos. No he venido hasta aquí para que me ignoren, ¡así que responda a su pregunta, joder!
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La palabra escapó de mi boca sin permiso.
"Amiga"
¿Yo la consideraba una amiga?
No, claro que no lo hacía.
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Iris me lanzó una mirada agradecida.
Al fin respondió:
—Tienes el temperamento de tu padre.—¿Conocía a mi padre?—Pero eso acabará matándote, niña.
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La miré fijamente y entorné los ojos.
—¿Conoce a mi padre?
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La mujer suspiró y apoyó los codos en su mesa.
—Mucha gente conoce a tu padre, jovencita. Él era igualito que tú: fuerte, bello... poderoso.
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Me quedé boquiabierta. ¿Cómo era posible que esta mujer conociera a mi padre? Él nunca me había dicho que vino aquí de joven. Siempre supuse que sabía cómo entrenarme por su experiencia... mierda, debí haberlo pensado.
¿Pero por qué ocultármelo?
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Iris se quedó callada, temiendo interrumpir la conversación.
La tensión era palpable en el aire.
Bueno, dejemos las preguntas para más tarde. Vayamos al grano.
-Queremos saber acerca de este lugar. ¿Sería tan amable de explicárnoslo? -dije con sarcasmo. Le dediqué una sonrisa pícara y mantuve una postura desafiante, como me había enseñado mi padre.
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Me escudriñó la cara con sus ojos oscuros, y sentí un escalofrío. Por desgracia, el temblor no pasó desapercibido y sonrió sarcásticamente.
-Claro. Bien, esto es muy sencillo: acatas las normas o te someten a un castigo.
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Sacó un mapa y cogió un bolígrafo.
-Este es el mapa de Bondregoir.
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Nos señaló un punto azul con la punta del bolígrafo.
-Aquí es donde estamos nosotras. A esta taquilla vienen las personas que dominan la hidroquinesis. Aquí se les llama Neferets. Esto es lo que vosotras dos sois. A los que dominan la piroquinesis se les llama Revines. Un consejo: no os acerquéis a ellos, no tienen muy buen humor.
Estupendo, una amenaza más.
-A los que dominan lo psíquico se les llama Indivars, y por último tenemos a los Teleons, que se conocen por su nombre original. Tenemos un campo de entrenamiento por si queréis ir a entrenar o simplemente observar. La escuela tiene cinco edificios: el primero es de los Revines, el segundo el vuestro, el tercero de los Indivars, el cuarto para los Teleons y, por último, delante de todos estos edificios, tenemos la enorme escuela. -Señaló un punto grande-. Esta organización está estructurada dependiendo del poder. Los Revines son los más poderosos; vosotros, el recurso por si algo falla.
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Una campana sonó a lo lejos y tuve que taparme los oídos para no caer al suelo por el dolor. Cuando cesó, vi que a Iris le había ocurrido lo mismo e intenté ayudarla a recomponerse. Miré a la mujer cuyo nombre aún desconocía. Estaba sorprendentemente bien.
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Ella carraspeó.
-Como iba diciendo, vosotros sois el recurso por si algo falla y tendréis que actuar rápido... Bueno, eso ya os lo explicarán en clase. Vuestra residencia se encuentra en el segundo edificio, segunda planta, habitación veintiuno. Compartiréis cuarto con dos personas más. ¿Alguna pregunta?
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La mala noticia era que tendría que compartir habitación con dos personas más. La buena, que al menos conocía a alguien en ese lugar.
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Iris respondió por mí:
-¿Cuál es el horario de las clases?
Se cruzó de brazos y cambió todo su peso al pie izquierdo. Tenía que observar detalladamente cada movimiento que hacía, por si alguna vez me traicionaba y... esperé que no tuviera que llegar a eso.
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-En la habitación encontraréis un papel con toda la información que necesitéis.
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Iris asintió y, sin ningún tipo de consentimiento, cogió el mapa. Miré a la mujer una última vez, memorizando cada uno de sus rasgos faciales.
¿Tendría las respuestas a las preguntas que tanto temía?
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Todo era... precioso. Los edificios, los colores, el ambiente que se sentía...
Caminamos con el mapa en la mano, siguiendo detenidamente las indicaciones que teníamos para no perdernos. Pasamos por delante de una escultura y no pude evitar detenerme para observarla. La piedra lisa, de un bonito gris claro. Se notaba que la habían tallado con una delicadeza asombrosa. Y, sin embargo, me daba unas vibras frías y dolorosas.
Iris me observó detenidamente.
-Fue uno de los mejores manipuladores que existieron en el mundo -me empezó a explicar-. Se llamaba Valion. Murió hace 10.000 años y aún mantenemos su presencia, sus rasgos y, claro está, sus hazañas.
Me quedé embobada con su explicación. ¿Cómo podía interesarme un hombre que ni siquiera conocía? Dudé, pero seguí preguntando.
-¿Qué hizo? -Mientras preguntaba, miré detalladamente la escultura, como si pudiera arrancarle el alma.
-Descubrió este lugar. Lo hizo suyo y lo convirtió en esta escuela que tanto odias. Nos dio un hogar, un propósito. Él controlaba el fuego. Un Revine. Fue uno de los mejores, por no decir el mejor. Protegió esto con toda su alma hasta que murió envenenado. -Un escalofrío le recorrió la espalda y una sombra de tristeza invadió su rostro.
-Lo lamento -fue lo único que se me ocurrió decir antes de que algo vibrara dentro de mi cabeza y me dijera que eran las 10:30 de la mañana. Era la hora.
Espera. ¿Qué cojones?
Me puse nerviosa. Algo me acababa de avisar de que era tarde. ¿Algo o yo misma?
Tenía que salir de ese lugar dentro de poco, si no, me volvería loca.
Me di la vuelta con la cara desorbitada, como un animal antes de ser disparado.
Iris se estaba riendo. Riendo.
No sé por qué, pero me sentí ofendida, incluso enfadada.
-¿Qué te hace tanta gracia? -Le sostuve los hombros con las manos y la agité hasta que paró de reír.
Jadeó entrecortadamente y me apartó las manos lentamente.
-Nada... es que me parece gracioso que no sepas nada acerca de este lugar.
Suspiré y me puse en marcha.
Iris me alcanzó unos segundos después. Caminamos en silencio, oyendo únicamente el sonido de nuestras pisadas sobre la increíble piedra gris, ignorando el zumbido que habíamos escuchado unos minutos antes.
Iris rompió el silencio.
-No estarás enfadada, ¿verdad?
Yo no sabía si pegarle un puñetazo ahí mismo. Claro que estaba enfadada, impotente e incluso desesperada.
Pero, en cambio, dije:
-No, tranquila, estoy bien. Solo un poco... desorientada. -Una sonrisa bailó en mi boca, una sonrisa falsa.
Iris pareció arrepentida, y una culpa me atravesó el estómago.
No podía culparla, yo había odiado ese lugar, lo había despreciado. Y ahora tendría que persistir con aquello.
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Nos aproximamos hacia el edificio que nos había indicado la señora, saboreando cada aroma, cada movimiento... El lugar era especial, mágico. Una palabra que me daba arcadas cada vez que la pronunciaba. El lugar era mágico, los colores eran mágicos, Iris era mágica... yo era mágica. Y, sin embargo, odiaba mi don, odiaba lo que podía hacer... si sabía hacer algo, claro. Ahora estaba obligada a aprender las costumbres de ese lugar.
Prisionera, prisionera, prisionera.
Las palabras resonaron en mi cabeza.
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Llegamos a la puerta del llamativo edificio azul celeste. Todos los que entraban y salían llevaban el horroroso uniforme. Del mismo color que el edificio. No me dio tiempo a verlos detalladamente ni a inspeccionar si tenían algún tipo de cámara o micrófono oculto. La puerta... No, el portón, era enorme. Un azul increíblemente bonito. Y eso que a mí no me agradaba el color.
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Agarré fuerte del pomo para abrirlo, y en el momento en que toqué el grueso material, sentí una tibieza insólita. Un sentimiento a hogar. Lo ignoré y terminé de abrir el portón.
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El espacio era enorme, las paredes relucían un destello de sabiduría e ingenio. El edificio tenía tres plantas, como un hotel. Cada habitación con un cartel que indicaba lo que se escondía tras la puerta. El suelo, cubierto por una madera suave, pero a la vez gruesa, haciéndonos saber que no todo lo que tocábamos era paz y amor. Un escalofrío recorrió mi espalda. Tener los pies apoyados en aquel suelo... estar dentro de ese edificio... palidecí. Iris lo notó y me miró con preocupación.
-Eh, ¿estás bien? -Su voz sonaba áspera, como si hubiera estado gritando por mucho tiempo.
Me quedé callada un minuto. Dos.
-Sé que es difícil, Ruby...
-Déjalo, está bien -la interrumpí. Lo último que quería era ponerme sentimental.
Iris asintió con la cabeza y entrelazó sus dedos con los míos. Un ardor en mi garganta impidió que volviera a respirar con normalidad. Los ojos se me humedecieron y empecé a ver borroso.
Un apretón.
Yo se lo devolví.
-Gracias -susurré.
Di un paso hacia la recepción que me esperaba. Iris lo dio conmigo, sin soltarme la mano. Solo tenía que preguntar, instalarnos y sobrevivir hasta la graduación. ¿Por qué era tan difícil dar los primeros pasos?
Iris me dio un empujoncito, me había parado. Las piernas no respondían ante la acción. Todas las órdenes de mi padre... lo que me había obligado a vivir... Pero yo estaba ahí, y lucharía para salir de ese lugar intacta. Para eso, debería seguir fuerte y firme, y así, no lo estaba demostrando. Al fin, mis piernas respondieron. Sentí como cada centímetro de mí se resistía y aullaba por volver atrás, para esconderse en la penumbra de una esquina. Avancé los metros que me separaban de la lujosa mesa. Atrapé desprevenida al hombre que se encontraba firmando unos documentos. Saltó de la silla y Iris reprimió una sonrisa.
Yo también me sobresalté. ¿A la gente de aquel lugar no se les podía tocar?
-Lo siento -me disculpé.
Él actuó rápido y comenzó a colocar todos los folios que se le habían esparcido por el suelo. Yo le ayudé con el último, y no pude evitar leer el título: "Masacres de las últimas semanas".
Me quedé atónita. "Masacres". Iris quiso mirar por encima de mi hombro cuando el hombre me arrebató el papel de mis sudorosas manos.
-¿No te han enseñado modales en tu casa? Las cosas de los demás no se tocan.
Yo no pude decir nada. Solo pensaba en la palabra que acababa de leer.
-Disculpe a mi amiga, señor. Aún se está adaptando -se excusó Iris, y me dio una suave patada en la pierna.
-¿Qué necesitáis? -Él adoptó una voz desagradable y distante.
Vaya, parece que no le habíamos caído bien a nadie.
-Necesitamos los protocolos, los horarios y las llaves de la habitación 21, por favor.
La conversación hacía eco en mi cabeza. Las frases se me hacían desconocidas. Masacres, masacres, masacres.
Quizá solo me estaba emparejonando a lo tonto y la noticia era de otro lugar. Ojalá que fuera así. Volví a escuchar el sonido de la conversación que se reproducía al lado mío.
-...De acuerdo, gracias. -Iris cogió una especie de llave que le tendió el hombre. Tenía un llavero azul con el número 21.
Iris entrelazó su brazo con el mío y tiró de mí hacia las largas escaleras.
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Nos detuvimos delante de los bellos peldaños. Estaban cubiertos con una suave tela azul celeste. La barandilla era una espiral de secretos, llamándome a gritos para que la tocara y recorriera cada centímetro de los pisos con ella al lado.
-Vale, pone aquí que es el segundo piso. Así que tendremos que subir -observó Iris. Miró con cautela la barandilla, como si pensara lo mismo que yo.
Nos quedamos así unos segundos, absorbiendo todos los detalles lentamente. Era como perderse en un sueño dentro de tu cabeza, te arrastraba lentamente hacia la profundidad de tu mente...
-¿Os vais a quedar mirando los viejos escalones todo el día o vais a subir a nuestra habitación, señoritas?
Una voz masculina nos sobresaltó e hizo que pegáramos un respingo.
Me di la vuelta justo a tiempo para ver cómo las comisuras de sus labios se elevaban.
Qué vergüenza.
Ante mí, tenía un chico alto, de piel pálida y ojos verdes, como los míos.
Como los de mi madre.
Bufé ante la idea de que ahora no solo tendría que ver sus ojos reflejados en el espejo cuando me mirase, sino que también tendría que verlos en esta persona. Mechones de su largo flequillo rubio le salpicaban en los ojos, devorándole parte de su visión. Sus ojos dulces se fijaron en los míos. Una especie de sentimiento inundó todos mis sentidos y tuve que apartar los ojos de esa mirada feroz antes de que me consumiera viva.
Iris carraspeó a mi lado.
-Disculpa, creo que he oído mal. ¿Has dicho "nuestra" habitación?
Al fin, apartó sus ojos de los míos y prestó atención a la chica que tenía a mi derecha. Me pareció que hasta ahora no se había fijado en ella.
Volvió a sonreír, una sonrisa que reflejaba lo inocente que fingía ser.
Espero haber tenido suerte y rezo para que yo también haya oído mal.
-Afortunadamente para ti, has oído estupendamente. Seremos compañeros de habitación junto con un amigo mío.
A la mierda la suerte.
Los tres nos miramos inertes, compartiendo miradas cautelosas, evaluándonos entre nosotros, como adversarios en un campo de batalla.
Este chico podría matarme en cualquier momento, no debo fiarme.
De repente caí en un detalle.
-¿Has dicho, viejos escalones?
Él enarcó una ceja y me miró confuso, como si no tuviera unas pulidas y bellas escaleras delante suyo.
Vacilé ante su expresión.
-Sí, eso he dicho. Estas escaleras, aunque tú las veas nuevas y relucientes, llevan aquí más de quinientos mil años, soportando el peso de cada uno que pasa.
Quinientos mil años... llevaban quinientos mil años ahí y, sin embargo, su belleza te dejaba ciego.
-Este lugar tiene mucho pasado, pero eso es una historia para otro momento -prosiguió él.
Empezó a subir las escaleras sin preocuparse por dejarnos atrás. Su figura cada vez se hacía más pequeña, las sombras lo engullían poco a poco.
-¡¿Vais a subir o no?! -gritó él desde arriba. Su voz resonó por todo el edificio, haciendo que muchas miradas entrometidas se fijaran en nosotras.
Iris y yo intercambiamos una mirada estupefacta.
Era curioso la amistad que estaba forjando con ella. Yo no era muy sociable. Desde pequeña me habían dejado muy claro que todo el mundo era peligroso, y que jamás tenía que fiarme de nadie. Eso perjudicó muchos problemas a la hora de relacionarme, claro.
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Justo cuando alcancé con la punta de los dedos el empiece de la barandilla, una chispa recorrió todo mi cuerpo. Yo aparté la mano, asustada.
-Vamos, Ruby, tenemos que seguir a ese chico, al menos él sabe dónde encontrar nuestra puñetera habitación. -Iris ya se encontraba unos escalones por encima mío.
Yo no dejaba de pensar en todo lo que me había ocurrido desde que había llegado a ese lugar. La energía, el zumbido, la gente... Todo era raro y espeluznante. Pero sentía algo, alguna extraña conexión con aquel sitio.
Sentí arcadas de solo pensarlo.
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Subí el último escalón jadeando y apoyándome en la barandilla, que era lo único que me mantenía en pie. La solté y me quedé unos momentos así, sintiendo como el pulso de mi cuerpo disminuia poco a poco con los latidos de mi corazón. Pensaba que estaba más en forma.
El chichón aún me dolía.
Hice un esfuerzo para levantar la vista y ver como Iris y el chico me sonreían, burlándose de mi aspecto.
No me molesto.
Había aprendido a que me importasen un mierda las críticas de los demás, me hacían más fuerte. Y aunque a veces dudaba de mi misma, jamás me había detenido por una simple opinión. Jamás. Y no lo haría ahora.
Les dirigí una mirada indiferente y ellos callaron al instante, sintiendo como la tensión crecia poco a poco.
El carraspeo, y el sonido partió el aire en dos.
—Seguidme señoritas. No os separeis, si os perdéis, no creo que ni yo os pueda encontrar. —Cerró los puños y comenzó a caminar, como si quisiera contar algo y se estuviera conteniendo.
Iris y yo lo alcanzamos con grandes zancadas, nuestros pasos no eran nada comparado con los suyos.
Después de haber recorrido lo que a mí me parecieron diez kilómetros dando curvas, atravesando habitaciónes y esquivando gente, llegamos a una puerta de metal, azul con unas ondas de agua que recorrían todo el marco. Al lado había un cartel con el número veintiuno.
¿Qué coño les pasaba con el color azul?
El se adelantó y golpeó la puerta tres veces. No la golpeo fuerte, ni con impaciencia, si no que lo hizo con una suavidad sorprendente, como si temiera enfurecer este lugar.
—Nelim
Y con esas palabras la puerta se abrió de golpe, dejando un sonido chirríante a su paso.
Iris y yo nos quedamos con la boca entreabierta. La puerta le había obedecido.
Entonces lo comprendí.
Le había obedecido por que le había dicho su nombre.
Nelim.
Asi se llamaba el.
Nelim cogió el pomo de la puerta y esperó a que nosotras entraramos para cerrarla. Al ver que no nos movíamos nos sonrió con dulzura.
—Vamos, que no muerdo. —Y nos hizo un gesto para que entramos.
Eso lo decidiré yo.
Como si me hubiera leído el pensamiento, me cogió de la muñeca con fuerza y tiró de mí hacia dentro. Le pegué un manotazo para que me soltara, dejándole una marca roja en el dorso. Susurró una maldición, pero yo le resté importancia. No le hice caso porque no podía despegar mis ojos de la habitación.
Una alfombra blanca como la nieve cruzaba la estancia desde la puerta hasta una mesa cuadrada para al menos doce personas. La estancia se repartía en dos plantas, en la primera había tres puertas. Supuse que serían dos habitaciones y un cuarto de baño. Las paredes estaban cubiertas de cuadros de hombres viejos. Me parecían familiares, y me miraban como si supieran que no debería estar ahí, como si fuera un lobo en un corral de ovejas. Me sentí muy incómoda y me centré en las escaleras que llevaban a la segunda planta.
—Bueno, elegir habitación, señoritas —dijo con tono burlón Nelim.
Debería haberme mostrado fría y borde, pero necesitaba salir de esa planta. No soportaba la idea de dormir vigilada por todas esas caras escalofriantes.
—Yo iré arriba. —Intenté que mi voz sonara firme, pero salió temblorosa.
Iris lo notó y me miró fijamente, intentando averiguar qué era lo que tanto me atormentaba.
—Entonces yo también dormiré arriba. —Hubiera preferido que Iris también durmiera abajo con Nelim. No me sentía segura teniendo a una persona que ni siquiera conocía a dos puertas de distancia.
—Vale, pues ya está decidido. Id a dejar vuestras cosas. Mañana empezarán las clases.
Y sin nada más que decir, desapareció detrás de una puerta. Había escogido la que estaba más cerca de la ventana. Admito que sentía un poco de envidia; yo también quería una ventana así de grande para saltar por si me sentía amenazada.
Para huir.
Como siempre había intentado hacer.
Me coloqué otra vez la correa de la mochila en el hombro; cada vez pesaba más.
Comencé a subir las escaleras hacia la segunda planta. Más cuadros, por todas partes. Empecé a agobiarme y mi respiración se aceleró; sentía los latidos de mi corazón golpeando en mi sien. No me despedí de Iris, ni siquiera la miré cuando me metí en la habitación más cercana a la escalera.
Cerré la puerta detrás de mí y me apoyé en ella. Poco a poco fui cayendo al suelo, con los ojos cerrados. Temía encontrarme más cuadros allí, mirándome mientras la pena me consumía.
Cuando estuve preparada, abrí los ojos. No, no había cuadros
En el centro de la habitación había una cama enorme; cabían fácilmente cuatro personas dentro. Una capa fina azulada caía como una cascada desde la cabecera hasta el suelo. Parecía un cuento de hadas.
Detrás de la cama había una ventana enorme. Las cortinas estaban atadas a los lados con cuerdas doradas. Dos lámparas diminutas bordeaban los extremos de la cama. La cabeza de un cisne salía de la pared; su pico estaba abierto, parecía que suplicaba que lo salvaran, que lo liberaran. Teníamos una similitud increíble, solo que por razones diferentes.
Ya era tarde. No me metí en la cama, ni siquiera la toqué. Me quedé ahí, sentada en el suelo, entumecida por el frío que hacía. Contemplaba cómo los últimos rayos de luz se escondían tras las montañas. Yo también quería desaparecer, no quería estar ahí, indefensa.
Así que no cerré los ojos, solo pensé en mi antiguo yo, en la felicidad que nunca encontré ni sentí. En que me lo habían arrebatado todo, y ni siquiera me había dado cuenta.
Una lágrima resbaló por mi mejilla al recordar los viejos tiempos.
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