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Jamás pensé que este día llegaría tan rápido. Siempre supuse que podría olvidar todo lo que era y llevar una vida normal, como el resto de la gente. Pero parecía que ese destino no me pertenecía. Acabo de cumplir diecinueve años, y es el día en el que tengo que decirle adiós a todo lo que he sido, a todo lo que soy y a todo lo que nunca seré. Porque no hay escapatoria para mí, nunca la ha habido, y lo supe en el momento en que mi madre me abandonó. He crecido con mi padre, he crecido con miedo, con temor a este día. Y ahí estaba, sentada en la esquina de mi cama, pensando por qué diablos tenía que ser yo, y no otra persona.
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Nunca me he llevado bien con mi padre, bueno, no desde que mi madre nos dejó. Él era un hombre fiel a su familia, protector. Me quería, y yo lo quería a él. Pero desde entonces, se ha podrido, y con él, yo. Me ha grabado con fuego en la cabeza que este día llegaría, y que tendría que ser fuerte, valiente. Cada día, desde los siete años, he vivido con temor. Me he levantado todas las malditas mañanas y me he puesto a practicar cómo matar, cómo aniquilar.
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Entonces, ¿por qué hoy me sentía tan débil, tan vulnerable? No me veía capaz. La verdad, nunca me esperé mucho de mí misma.
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Mi madre me destrozó, nos destrozó. Es por eso por lo que intentaré detener esto, por lo que lucharé para tener una vida normal, la vida que me merecía.
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-¡Vas a ir y punto! -Me estaba gritando.
-¡Te he dicho que no! -le grité yo mientras me ponía enfrente de él-. No quiero ir a ese lugar.
-Ya, pero tú no decides, Ruby. -Y acto seguido lanzó un suspiro, como si le aburriera la conversación-. Mira, no tengo tiempo de discutir por tercera vez este tema. Te lo repetiré una última vez: Vas a ir a la escuela Bondregoir.
-No eres dueño de mis decisiones -le dije con la espalda recta y el mentón en alto-. Me marcharé si hace falta.
Se levantó de la silla y caminó despacio hacia mí.
-Irás a esa escuela, dominarás el poder que te hierve en las venas, y no volverás a pisar esta casa hasta que lo consigas.
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No conseguí controlar la ira que me consumió antes de explotar.
-¡Yo nunca quise este poder!
Mi padre me miró fijamente.
-Lo sé, pero lo tienes, y eso es lo único que importa. Honrarás a esta familia y presumirás el apellido Abel.
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Y con un portazo me dejó fuera de su despacho.
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Al día siguiente, hice la mochila llevándome lo esencial: ropa de recambio, unos cuantos libros para el viaje, una navaja pequeña (porque quién sabe con qué podría encontrarme) y unas botas de monte que estaban a medio romperse. Bajé las escaleras de mi casa con la mochila rebotando contra mi espalda, y llegué al comedor con una cara que parecía que no había dormido en tres días. Coloqué la mochila encima de la encimera y me senté. Nuestra casa no era muy grande, pero era suficientemente espaciosa para dos personas.
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-Has tardado mucho en bajar, el carruaje... -Cierto, tenía que coger un medio de transporte para llegar. Estaba demasiado lejos como para ir a pie, qué horror, hubiera dado lo que fuera con tal de no meterme en un vehículo lleno de ellos. Me obligué a sonreír. -Buenos días a ti también, padre. -Eran más o menos las seis de la mañana. -¿Has dormido bien?
No sé por qué le hice esa pregunta, necesitaba saber si se sentía preocupado viendo a su hija viajar hacia la muerte. -Estupendamente, ¿por qué no iba a dormir bien?
Claro, no sé por qué me había hecho ilusiones, mi padre era un ser frío, sin sentimientos.
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Sin que me diera tiempo a responderle, movió su mano ágilmente e hizo que una onda de agua cogiera mi mochila y me la pusiera en la espalda. Genial, ahora toda la ropa que llevaba dentro estaba empapada.
-Vete a la parada ya, el carruaje no tardará en llegar.
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Obedecí y abrí la puerta de la entrada a la vez que cogía una manzana para el camino. Y cuando la puerta estaba casi cerrándose a mi espalda, oí a mi padre decir:
-Recuerda, Ruby, ¡no te fíes de nadie ahí dentro! ¡Cualquiera podría matarte en cuestión de segundos simplemente agitando la mano!
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El miedo en su voz fue lo único que me hizo estremecerme ante la idea de que quizás fuera cierto.
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Mientras andaba, me di cuenta de que no sabía dónde demonios estaba la parada del carruaje. Mi padre no me había dado ningún tipo de indicación sobre dónde estaba la maldita parada. Claro, a él solo le importaba que yo honrara a la familia, que fuera un ejemplo a seguir, bla, bla, bla... a él le daba igual lo que pensara o lo que yo sintiera. Lo supe en el momento en que me ofreció un arma. Tenía siete años, joder. Me dijo que apuntara al pájaro, que no tuviera miedo de matarlo, que era por mi propio bienestar. Desde entonces, no he vuelto a ser la misma persona.
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En ese momento sentí algo en mí, algo muy profundo, un hilo que tiraba de mí hacia alguna parte. Esa fuerza invisible me arrastraba fuerte, sin piedad, y sin ningún tipo de conciencia, empecé a caminar como si de repente tuviera un mapa en la cabeza que me guiase. Tras una larga caminata, acabé en medio de la nada, con las piernas doloridas, la espalda como si me hubieran clavado cien alfileres por culpa del peso de la mochila, y con un dolor de cabeza terrible. Gotas de sudor empezaron a correr por mi espalda, humedeciendo mi camiseta.
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Vislumbré un banco con una señal extraña al lado, y me aferré a la idea de que esa fuera la parada que estaba buscando. Así que corrí, corrí hasta que mis piernas cedieron. Cuando llegué jadeando y con la cabeza dándome vueltas, me apoyé en la parte superior del banco de madera y me senté, recuperando el oxígeno que mis pulmones me pedían a gritos. Jadeaba como un animal, tenía el pelo cobrizo empapado de sudor. Me sentía incómoda con la ropa que llevaba puesta, demasiada ceñida a mi cuerpo. Esperé, rezando para que no me hubiera equivocado de lugar.
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Pasaron quince minutos antes de que una mancha pequeña apareciera a lo lejos. Mientras se acercaba, pude ver que en la parte superior tenía un símbolo, eran unas ondas de agua. Ahora mismo no sabía qué representaba ese garabato, pero tenía el presentimiento de que lo descubriría muy pronto.
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El carruaje se situó delante de mí con un sonido espantoso y la puerta se abrió. Un hombre mayor, con barba blanca y expresión muerta apareció cuando la puerta se abrió por completo.
Allá vamos.
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-Nombre y apellido -me exigió.
-Hola, me gustaría saber...
-Nombre y apellido -¿Qué era, un robot?
-Ruby Abel -le espeté.
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A continuación, miró una lista que tenía dentro de un cajón y la volvió a guardar.
-Sube -me ordenó con voz desagradable.
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No quería problemas, así que subí.
De lejos, el vehículo parecía pequeño, enano, pero cuando entré no pude reprimir abrir los ojos como platos.
El carruaje estaba a rebosar de personas. Era enorme por dentro y enano por fuera.
Me fijé en las personas que hablaban con tranquilidad.
Todos tendrían mi misma edad, diecinueve años. Cuando vi un sitio libre a lo lejos, aligeré el paso antes de que me viera obligada a sentarme en las escaleras del carruaje por culpa de que alguien me lo quitara. Y en el momento en que me dispuse a sentarme, una barrera de agua me bloqueó el paso.
¿Qué coño es esto?
Lo intenté traspasar con la mano, pero estaba demasiado duro.
-Lo siento, ese sitio está ocupado.
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Y una ráfaga de agua me empujó hacia atrás. Me golpeé la cabeza contra el cristal y sentí una punzada de dolor. Al gesto le siguieron un murmullo de risitas. Estupendo, qué buena primera impresión.
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Me dirigí hacia la persona que me acababa de humillar frente a todos. Era un chico. Tenía el pelo corto y rizado, los sedosos mechones castaños le caían sobre la frente, ocultándole parte de su visión. Su piel era bronceada, aunque en el sitio en el que vivíamos pocas veces hacía sol. Quién sabe de dónde sería.
Maldije por esa curiosidad. No debería meterme donde no me llamaban.
Llevaba un uniforme azul. De hecho, todos llevaban el mismo uniforme menos yo. Y, en el pecho, justo a la izquierda, el mismo signo que había visto hace pocos minutos en la parte superior del vehículo. Parecía que todo tenía una conexión.
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Me recompuse como pude.
-Tampoco había que ponerse así -le lancé una mirada helada y me masajeé el chichón que se me estaba formando en la coronilla.
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Él me miró con una sonrisa divertida, y en ese momento supe que era el más fuerte de todos aquellos. Lo vi en sus ojos, vi reflejada su fuerza y su ego. Me hubiera impresionado si no me hubiera empotrado contra el cristal.
Justo cuando iba a soltarle una grosería de la que seguramente me arrepentiría muy pronto, una voz femenina me habló desde atrás.
-Puedes sentarte aquí si quieres.
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Me giré en redondo y miré a la chica que se había dignado a dirigirme la palabra.
Sin ninguna duda, me senté y pensé en cómo había podido empezar con tan mala pata. ¿Siempre tenía que ser yo la que la cagase?
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-Eres la nueva, ¿no? -Me sobresalté y huí de mis pensamientos.
La chica tenía el pelo pelirrojo y corto. Yo siempre lo había querido llevar así de corto, me parecía muy cómodo. A diferencia de ella, yo tenía el pelo un poco más oscuro pero mucho menos cuidado que su melena.
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-¿Nueva? -¿Era la única que no sabía qué estaba pasando?
-Sí, ya sabes, la nueva -me lo dijo con tanta confianza que me hizo replanteármelo.
-Pues supongo. ¿Tú no lo eres?
-Toda mi familia lleva yendo a Bondregoir a los diecinueve años. Este año me toca a mí.
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Lo dijo orgullosa, muy emocionada. No lo entendía. ¿Qué sentido tenía adentrarse en una escuela de sangre y violencia?
Mi padre nunca me habló de la existencia de esta escuela hasta el año pasado, cuando empecé a manifestar mis poderes. De repente, una mañana decidió que mi vida iba a cambiar y que tendría que aceptarlo. Fin.
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-Si te soy sincera, jamás he sabido de esta escuela -me di cuenta de que la mochila me estaba goteando a causa del agua que ocasionó mi padre, y la puse debajo de mi asiento.
-Por cierto, me llamo Iris.
-Yo, Ruby.
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Podría haber jurado que vi un destello de asombro cruzar su rostro, pero enseguida lo escondió y me tendió la mano.
-Encantada.
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Le estreché la mano justo a tiempo para sentir sus dedos fríos como el hielo y finos como el papel. Hice una mueca cuando ella me apretó la mano. Un escalofrío trepó poco a poco por mi brazo y le solté la mano.
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-Así que no sabías nada acerca de este lugar...
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Noté una pizca de desconfianza en su voz, y eso me enfureció.
-Sí, no sabía. ¿Qué pasa? -La miré con el ceño fruncido, y ella hizo un gesto de indiferencia.
-Qué raro. ¿Qué sabes hacer?
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¿Qué tipo de pregunta era esa? No era un juguete que pudiera utilizar.
Antes de que pudiera pensar en una respuesta educada, escupí la primera que me estaba ahogando desde que salí de casa.
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-Si me estás preguntando acerca de qué habilidad manipulo, siento decepcionarte, pero no sé nada acerca de eso. ¿Quieres una respuesta? No tengo ni puñetera idea de cuántas habilidades hay, ni cuál manipulo. Pues sí, supongo que será el agua, porque si no, no me hubiera venido a buscar un autobús con un garabato de ondas azules. Mi padre manipula la hidroquinesis, así que lo más obvio es que yo haga lo mismo.
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He de decir que me había puesto un poco agresiva y que había alzado la voz, porque ahora mismo toda la atención del autobús se centraba en mí.
Sentí cómo el calor subía por mi cuello para alojarse en mis mejillas. Bajé la cabeza y esperé a que todos dejaran de prestarme atención para poder continuar con la conversación.
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-Lo siento, no lo sabía. Normalmente, la gente que viene aquí lleva esperando este momento desde los doce años. Para nosotros es un honor estar aquí. De verdad, Ruby, hay personas que matarían por estar en tu lugar, así que valóralo.
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Noté que se había ofendido, así que guardé silencio.
Al ver que no respondía, se calmó un poco y adoptó una expresión serena.
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-Sólo me ha sorprendido tu nombre, no conozco a muchos que se llamen así. Conocí hace mucho a alguien que dominaba el fuego...
-¿Fuego?
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Vale, iba aprendiendo cosas, pero necesitaba saber más.
-Hablando de eso... -la interrumpí- ¿Cuáles son las habilidades que tiene esta maravillosa escuela? -Me acomodé en el asiento.
-Bueno, como he mencionado, están los de la hidroquinesis y la piroquinesis, que son las habilidades para controlar agua y fuego. Luego, están los que dominan el poder psíquico, que son aquellos que pueden alterar la realidad y controlar tu mente.
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Me quedé helada. ¿Controlar mi mente? ¿Qué podría haber peor que eso?
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-Y por último, están los Teleons. Gente que puede apropiarse de tu poder con tan solo tocarte por un debido tiempo. Se dice que son los más poderosos, pero es mentira. Los manipuladores de fuego son los que defienden la escuela en todo momento.
-Con que, cuatro habilidades.
-¿De qué la defienden?
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Iris palideció y se estremeció. Me miró con los ojos muy abiertos.
-No nos dan muchos detalles, pero se ve que últimamente hay muchos ataques "imprevistos" hacia la escuela.
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Me quedé inmóvil. ¿Ataques? ¿Qué tipo de ataques?
El miedo se apoderó de mí, como siempre, e hizo que no volviera a mencionar el tema.
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Después de media hora, a lo lejos pude ver una luz morada y brillante. Era uniforme y se movía lentamente. No... era imposible que fuera eso. Mientras el carruaje se iba acercando a lo que yo llamaría "mancha", cada vez me sentía más cansada y mareada. No sabía por qué, pero me apetecía acostarme ahí mismo y dormir para siempre. Así que, cuando la atravesé, los párpados me traicionaron y cedieron, dejándome con la vaga visión de la negrura.
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Me desperté sobresaltada, con la espalda cubierta por el sudor. Me llevé una mano a la coronilla, donde un buen chichón se había formado.
¿Cuánto tiempo había estado inconsciente?
Estaba tirada en el suelo del carruaje como una muñeca de trapo. Tenía las piernas en una posición incómoda, amenazando con romperse. Intenté levantarme, pero la fuerza me falló. Las piernas me temblaban como gelatinas.
-¡Ruby! ¿Estás bien? -Iris se aproximó desde el fondo. Vaya, parece que al menos yo no había caído tan lejos.
Me ayudó a levantarme y las dos nos dejamos caer en los asientos más cercanos, sin importarnos si alguien los ocupaba. Al hacerlo, vi que toda la gente estaba perfectamente, y solamente se habían movido un poco de los asientos. Ahora cada uno estaba volviendo a ponerse cómodo. ¿Por qué coño había sido la única que había perdido el conocimiento?
-¿Qué acaba de pasar? -Estaba muy confundida, la cabeza me daba vueltas.
Iris giró la cabeza y me miró.
-Es normal, cuando no estás muy acostumbrada a usar tus poderes o a desarrollarlos, este portal suele ser un poco... potente. Lo siento, debí haberte avisado.
Ahora que lo pensaba, mi padre nunca me obligó a desarrollar mis poderes, supongo que porque los manifesté muy tarde. Estoy segura de que no le hubiera importado llevarme al límite, con tal de lograr que su hija fuera perfecta.
El problema es que él tiene una idea muy diferente a la mía de lo que es ser "perfecta".
Puse los ojos en blanco y la miré seriamente.
-¿Hay algo más que debería saber antes de bajar esas escaleras y salir afuera? -La cabeza me estaba matando. La apoyé en el cabecero del asiento.
Ella, divertida, levantó una comisura del labio.
-Creo que no, pero ya lo irás descubriendo tú misma. -Me lo dijo sonriendo. Como si yo ya no quisiera salir saltando por la ventanilla.
El conductor se levantó.
-¡Alumnos! Colocaos en fila india, voy a pasar lista.
Empezó a caminar y se paró en cada persona para preguntarle una serie de preguntas. Estaba empezando a pensar que no iba a poder contestar ni la mitad de ellas.
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Se dirigió hacia nosotras y mi corazón iba a mil por hora. Me sudaban las manos y la frente me goteaba. Putos nervios.
-Ruby Abel procedencia y habilidad. -Su expresión era inexpresiva. Sus ojos, de un color miel brillante, y su piel, pálida.
-Vengo de Ateine y poseo la hidroquinesis, esto es...
-Sé lo que es la hidroquinesis, chica. -Me interrumpió con voz tajante.
Sin ninguna palabra más, se giró y caminó hacia Iris. Me crucé de brazos y le di la espalda. Lo que me faltaba oír.
-Iris Shirley, procedencia y habilidad. -Oía su voz desde ahí.
-Vengo de Cintya, está a pocas horas de Ateine. -Al oír eso, me giré y fruncí el ceño, pensativa. ¿Vivía en Cintya?
Ella me sonrió tímidamente.
-Controlo la hidroquinesis, como Ruby.
El conductor asintió y se dirigió hacia la puerta del autobús.
-No me dijiste que vivías en Cintya. -Le dije una vez que me aseguré de que nadie nos escuchaba.
-Bueno, tú tampoco mencionaste de dónde venías y no me pareció una información importante.
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Todos oímos murmullos a través de las ventanillas y vimos entrar a un hombre alto y fuerte. Entró con paso decidido y se paró delante de todos. Levantó la barbilla en modo de superioridad, tendría unos 45 años. En su uniforme había varias insignias, seguramente para dejar claro los rangos.
Malditos engreídos.
-Chicos y chicas. Me llamo Félix y soy el director de Bondregoir. Estáis aquí porque habéis decidido dejar el mundo real e involucraros en nuestra escuela. Una vez que salgáis de este carruaje, no habrá vuelta atrás, así que pensad bien cuál será vuestra decisión. En esta escuela tenemos reglas, reglas estrictas que tendréis que seguir si queréis sobrevivir. -Las manos me temblaban con cada palabra que pronunciaba. -Si decides quedaros, dirigiros inmediatamente a las taquillas de información. Allí, os explicarán según vuestra habilidad, vuestras obligaciones y ventajas. Si decidís volver a vuestras miserables casas, estáis en todo vuestro derecho. Recordad, si os quedáis, es para acatar órdenes y solamente órdenes. Cualquier fallo puede tener consecuencias graves. No os quiero entretener más, sed bienvenidos a la escuela Bondregoir.
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Nos dejaron unos quince minutos para decidir si quedarnos o irnos. Obviamente, yo quería salir de ahí. Pero ¿para qué? ¿Para que cuando volviese a casa mi padre y yo siguiéramos igual? Distantes, separados... No, no volvería a casa, no ahora.
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La mayoría de la gente lo tenía bastante claro: todos se iban a quedar.
Félix volvió a subir.
-Se os ha agotado el tiempo. Todos los que queráis quedaros, bajad del vehículo de uno en uno, por favor.
Todos comenzaron a formar una fila en el pasillo, y yo corrí a coger mi mochila de debajo de mi asiento.
Cuando la alcé, una cascada de agua se deslizó por la tela hasta chocar contra el suelo. Había dejado un charco enorme de agua.
Mierda.
Iris se puso tensa detrás de mí.
Con esa reacción, ya me quedó claro que aquí la higiene era de vital importancia.
-No te preocupes -me susurró ella al oído.
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Y sin previo aviso, extendiendo la mano con la palma hacia el frente y los dedos abiertos. Poco a poco, todo el agua que estaba en el suelo fue absorbida lentamente por sus dedos, hasta que no quedó ni una sola gota.
Cuando acabó, los dedos de Iris estaban agarrotados por el esfuerzo.
Estaba seco.
El suelo estaba completamente seco.
No creía que pudiera hablar durante un buen rato, había demasiado para similar.
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Iris rió al ver mi expresión, pero me agarró de la mano y me arrastró hasta el final de la fila.
Es verdad, la fila.
Mientras avanzábamos, oí la voz de Iris pegada a mi oreja, produciéndome un leve cosquilleo. Sentí su sonrisa traviesa.
-Ah, puede que se me haya olvidado advertirte de otra cosita más. -Tenía que estar de coña. -Cuando bajes, procura no caerte.
¿Qué significaba eso?
No le di importancia y continué hacia delante. La persona delante de mí ya había bajado y ahora me tocaba a mí. Estaba bajando los primeros dos escalones cuando algo me detuvo inconscientemente y la voz del director resonó en mi cabeza:
"No habrá vuelta atrás."
¿Y si me estaba equivocando? ¿Debería irme?
-Ruby, ¿todo bien? -La voz de Iris me hizo darme cuenta de que había formado una gran cola por culpa de ser tan indecisa.
Concéntrate, Ruby.
-Sí, todo bien.
Terminé de bajar los escalones que faltaban y puse un pastel afuera. Una fuerza invisible me mareó y tuve que apoyarme en el carruaje para evitar caer al suelo. Iris hizo lo mismo y las dos nos desplomamos en el suelo, agotadas.
-Te lo dije, es una fuerza muy poderosa. -Miré la puerta por donde acabábamos de salir.
-¿Qué ha sido eso?
Nos levantamos ayudándonos mutuamente y nos estiramos. Todos los huesos de mi cuerpo crujieron con el movimiento.
-Una vez que hemos salido, en el lugar donde había una puerta, ahora hay un muro de piedra sólida y mágica para que seas incapaz de volver. -Me explicó Iris, señalando la puerta que ahora se había convertido en un muro.
Cerré los ojos aterrorizados. Si era necesario hacer eso, solo había una palabra que me viniera a la mente: Prisionera.
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